En la actualidad es una actividad en desuso que sobrevive gracias
al arte religioso. Gran parte de este arte se puede apreciar en nuestra Semana
Santa, entre su patrimonio existen obras de incalculable valor, dignas de
encontrarse en un museo.
El empleo de los hilos de oro y plata para bordar llegó a
occidente a través de la ¨ruta de la seda¨ desde Asia. En época romana fueron
muy populares entre las clases privilegiadas las prendas de seda bordadas en
oro confeccionadas en Frigia, donde eran famosos por ser expertos artesanos.
Se cree que en Andalucía fueron los árabes quienes afianzaron este arte entre la civilización. En la Edad Media alcanzó su máximo esplendor, incluso llegó a organizar el gremio de artesanos bordadores.
Debido al carácter litúrgico que van adquiriendo, la creación de
estas obras se limita en monasterios y otros lugares, guardando entre sus
paredes los secretos del bordar en oro y transmitiendo a lo largo de los
siglos.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX el bordado en
oro revive de las manos de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, dotándolo de una nueva
personalidad que predomina hasta nuestros días. Paciencia, destreza y templanza son los elementos clave para
realizar esta labor.
El proceso consta de la creación del diseño del bordado en
papel y su previo estudio de materiales y puntos que se vayan a realizar. La
buena elección de los hilos de oro y los puntos que usaremos es crucial ya que
de ello depende potencialmente el aspecto final de la obra. Crear un bordado no
solo consiste en poseer una buena técnica, si no también en tener la
imaginación para jugar con los elementos y llegar a efectos asombrosos.
La
siguiente labor es pasar uno a uno los motivos ornamentales que forman el
diseño a fieltro y este coserlo a la tela que previamente hemos preparado en el
bastidor.
Los hilos nunca pasan por el tejido, se sostienen sobre él
siguiendo la línea del diseño y se sujetan a la tela con pequeñas puntadas de
hilván con hilo segundario de algodón amarillo.
Tras la realización de todas las piezas se almidonan para evitar
deformación y que se deshilachen, en el bastidor se prepara el tejido final
donde se lucirá el bordado, y finalmente, se cose una a una todas las piezas formando el diseño correcto y se
remata con adornos y detalles de última hora.
Poder disfrutar del proceso de la creación de una obra de este
calibre no tiene precio y por eso desde distintas hermandades se intenta
acercar este maravilloso mundo, donde aprenden de la mano de bordadores
especializados todos los entresijos de la técnica del antiguo arte del bordado
en oro.
Texto: Cristo Muñoz Álvarez